Primero, quiero reconocerte por todo lo que has atravesado. No solo enfrentaste la ausencia y las infidelidades de tu esposo en silencio, sino que también tu cuerpo reflejó el peso de ese dolor. Tu enfermedad no fue un castigo, fue una señal de que por mucho tiempo tuviste que callar lo que dolía. Lo importante es que hoy estás aquí, con la oportunidad de sanar no solo tu cuerpo, sino también tu historia.
Definitivamente, el cuidado y amor propio no es una cuestión de egoísmo, sino de supervivencia y superación. Te felicito y te aplaudo el valor que tienes, porque estás aprovechando la segunda oportunidad de vida que el universo y Dios te han brindado.
En cuanto a tus hijos, ellos tienen derecho a estar molestos, pero no contigo. La persona con la que realmente están enojados no eres tú, porque tú no les fallaste. Al contrario, te superaste, sanaste y hoy eres un ejemplo de vida que muchos quisieran tener cerca.
- Tú no eres responsable de las decisiones de su padre. Él eligió irse. Él eligió ser infiel. Que ellos te culpen es una forma de no querer enfrentar la verdad sobre su padre. No cargues con culpas que no te pertenecen.
- El resentimiento de tus hijos no es tu deuda a pagar. Ellos han sido marcados por lo que vivieron en casa, pero ahora les toca a ellos aprender, cuestionar y trabajar en sus propias relaciones. No está en tus manos cambiar su percepción, pero sí puedes ofrecerles claridad: “Lamento que vean las cosas de esta manera, pero no soy responsable de las decisiones de su padre. Si necesitan hablar de esto, estoy aquí.”
- Sanar no significa volver a callar. Te callaste mucho tiempo para sostener un matrimonio que te lastimaba. Ahora que estás sanando, no te calles para sostener una culpa que no te pertenece.
- El amor no se mendiga. Si tus hijos te reclaman desde el dolor, no te desgastes justificando. Ofréceles amor, pero desde tu propia dignidad.
El cuidado personal es una responsabilidad propia, y si tus hijos siguen molestos, ellos deben tener el valor para descubrir qué es lo que realmente les duele. Su enojo no es hacia ti, sino hacia las heridas no resueltas de su propia historia.
Finalmente, la pregunta importante aquí no es “¿Cómo hago que mis hijos dejen de culparme?” sino “¿Cómo quiero vivir yo, ahora que tengo una segunda oportunidad?”
Este es tu momento para liberarte, para dejar atrás lo que no te corresponde y para decidir que no eres la causa de la infelicidad de nadie. Cada persona debe asumir su propia historia.
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